El ejército polinizador se posa suavemente sobre el pétalo más grande, que será su pista de aterrizaje. Como todo lo esencial, la torre de control es invisible a los ojos. Pero emite señales táctiles y visuales lo suficientemente poderosas como para guiarlo hacia el estigma de la siguiente flor. Entonces el ejército polinizador —mariposas, abejas, colibríes, murciélagos, avispas— se desliza a través de una suave depresión, forzando la transferencia de polen hasta fertilizar la flor. Sin embargo, será la zoofilia de las orquídeas —la voluptuosidad de sus anteras— la que premie mejor a sus visitantes: ofrece néctar, cera, aceite y una fragancia floral de subyugante sensualidad.

Charles Darwin fue uno de los primeros en quedar cautivado por este evento, asombroso por donde se lo mire. Y cuando se hizo arte plástico, prácticamente fundó un género propio —la pintura de flores— cuya riqueza y complejidad atravesaría los siglos en manos de los maestros flamencos, diestros en la superposición de capas ligeras, transparencias y veladuras. Así, consolidada por Delacroix, Manet, Monet, Cézanne, Van Gogh, Mondrian e, inclusive, Picasso, el arte botánico contemporánea alcanzaría un alto grado de sofisticación en su alianza ciencia-naturaleza, corporeizándose actualmente bajo las sorprendentes maneras del diseño floral.

-Aromática y táctil-

Mientras artistas como Anish Kapoor, Claes Oldenburg, Daniel Ost o Azume Makoto experimentan con lás más osadas formas de la escultura botánica, otros se muestran especialmente sensibles con la preservación de los territorios ecológicamente vulnerables. La artista multidisciplinaria Silvana Pestana (Lima, 1967), atenta a la disminución drástica en las poblaciones de polinizadores en el mundo debido al uso indiscriminado de pesticidas en los cultivos, ingresa silenciosamente a su taller y, después de algunos meses de trabajo, abre las puertas de la galería Ginsberg para exhibir un sobrio conjunto en óleo, acrílico, madera y fierro forjado: todo un universo girando en torno al romance entre la orquídea y la avispa.

La orquídea se ha dejado contagiar por la avispa adoptando sus colores y sus formas, ha devenido avispa, no porque la orquídea quiere ser como la avispa, sino porque ha incorporado el movimiento de la avispa al suyo propio, de manera que ese devenir constituya el modo de atraer a la avispa, de formar una composición orquídea-avispa. A su vez la avispa se siente capturada por la orquídea, deviene orquídea, no porque la imita, sino porque se deja atrapar en su movimiento”, escribe el filósofo francés Gilles Deleuze, una de las más altas cumbres del pensamiento heterodoxo.

Será esta figura metafórica el alimento conceptual que Pestana instrumentaliza en “Rizoma”. Esto es, aquel juego de estratagemas visuales, aromáticas o tactiles que utilizan las plantas para propagar sus genes sin moverse de su sitio. De todas ellas, la orquídea —que en los últimos 80 millones de años se ha reproducido en 25 mil especies y 60 mil híbridos diferentes— es la que emplea los métodos más sofisticados: se “disfraza” de insecto hembra para invitar al macho visitante a sesiones de sexo poco ortodoxo en una suerte de engaño o seudocópula con el único fin de bañarlo con polimeros para que, una vez descubierto el engaño, salga volando a fecundar el vecindario.

-Viaje a la semilla-

Toda la idea nace de una recolección de orquídeas que vengo haciendo desde hace un tiempo. Son flores oriundas del Perú y también híbridas por su cruce con especies extranjeras. Se trata de plantas que están desapareciendo de su hábitat natural debido a la extracción del oro ilegal y que, como las niñas de los asentamientos mineros sometidas al comercio sexual, están siendo explotadas para su comercialización”, dice la artista, que hace un tiempo recreó el fenómeno con la poética exhibición de los guantes de boxeo que pertenecieron a Aymeé, recordada víctima de la prostitución infantil en las oprobiosas minas clandestinas de Madre de Dios.

Porque así es el arte de Silvana, una obra donde convergen la investigación sobre territorios vulnerables, la literatura mítica y la tradición oral de la Amazonía peruana. Un conjunto artístico que, como la selva misma, va atando lianas entre la conquista territorial y el sometimiento del ser humano. Una obra que equilibra entre las relaciones de poder y las pulsiones primarias del ser. Y que termina profundizando en la raíz del conflicto, ahí donde la civilización termina y el humano se hace tan salvaje y peligroso como la espesura en la que habita, sea de árboles o de cemento.

Todo lo cual se corporeiza en una impresionante muestra multiforme donde la avispa y la orquídea se fragmentan en un móvil de acero de tres metros cuadrados en color cobrizo, en ocho pinturas acrilico sobre lienzo, tres esculturas de piso de madera y fierro y, para terminar de conquistar el espacio, una instalación de pared con ochenta piezas representando los órganos sexuales del insecto himenóptero con aguijón venenoso y la asombrosa planta monocotiledónea. Un bosque fabricado con formas elípticas, filiformes, fusiformes, redondas, globulares y, por supuesto, aladas.

-Fragancia en movimiento-

Y como marco conceptual, el amor y el deseo. Esa es la base de mi propuesta”, dice la artista, coherente con la idea de Deleuze y Guattari, dos pensadores que enarbolaron una idea fuerza: en nuestros amores tenemos que ser como la orquídea y la avispa. Si la orquídea se ha dejado contagiar por el insecto alado adoptando sus colores y sus formas no es porque quiere ser como ella sino porque ha incorporado sus movimientos para atraerla. Y viceversa, la avispa se siente capturada por la orquídea no porque la imita, sino porque se deja atrapar en su movimiento.

Y todo indica que “Rizoma”, el logrado conjunto que Pestana exhibe en la galería sanisidrina, perpetúa ese encuentro con un alto grado de fidelidad: tacto, caricia, vuelo y ritmo interior concurren hacia la perturbadora fragancia de la flor. Es una danza de flor e insecto que flota, armoniza y equilibra entre la pintura, la escultura y la instalación site-specific. Para un juego de superficies modulares sutilmente iluminadas por su propia luz. En el centro de la fiesta, ese acontecimiento que es al mismo tiempo una apuesta radical por la vida. Y entonces, como en el poema de Basho, “la fragancia de la orquídea / penetra como incienso / las alas de una mariposa”.