Escribe: Rafo león

Lo “típico” figurativo en arte registra objetos, personas, ambientes, paisajes de una manera en la que se prolonga una tradición creativa que por lo general tiene su origen en la institución académica. Los estudiantes de arte de los primeros años pasan muchas horas pintando bodegones que en su versión real tienen ante sí, manteles con pliegues, tazas, botellas. Pero hay también otra vertiente de lo “típico” en el arte y esta es el interior nocturno del establecimiento donde comparten espacio, artistas y parroquianos. Manet, Toulouse Lautrec, los expresionistas alemanes, Otto Dix, Humareda, Pancho Izquierdo, la cantina, el burdel, el salón de baile.

Se podría decir, basándose en la lógica del espectador no especializado en arte, que existe otro “típico”, el abstracto, el que genera desconcierto y en algunos casos produce decepción ante la sospecha del fraude. Es lo que se refleja en el comentario estándar recogido en la muestra del artista que huye del objeto real: “Son unas formas, unas manchas de color, unas rayas, yo también lo podría hacer”.

La pintura de Alejandro Alcázar que se presenta en esta muestra coloca en un mismo espacio piezas de raíz figurativa y otras de ejecución abstracta. En apariencia ambos grupos de obras se mueven dentro de la definición de “lo típico”.

Lo figurativo por la convención del bodegón y el interior bohemio; lo abstracto por las formas, las manchas, las líneas sin vínculo con la imagen de lo tangible.

Sin embargo hay en la obra de Alcázar dos factores que hacen sobrepasar lo típico y el lugar común y crean una tercera cosa. El proceso de selección y combinación presente en los pequeños bodegones está hablando de un encierro claustrofóbico, los objetos se han consumido en la obligación del enclaustramiento: la pandemia. En formatos tan reducidos que transmiten asfixia, allí están los ceniceros sucios, los tragos abandonados, las botellas a medio llenar. Frente a ello, en un formato que deja espacio al movimiento expansivo, a la respiración honda, el cuadro del interior del Queirolo evidencia la libertad, el fin de la sujeción a una enfermedad más social que clínica. La tercera cosa generada es la oposición entre prisión y calle.

El otro factor que hace trascender lo típico en Alcázar es la audacia de exhibir en la misma sala su vertiente figurativa con su tendencia a lo abstracto. No es común que las galerías de arte muestren sobre las mismas paredes, trabajos que en el canon pictórico convencional se excluyen, se rechazan, han creado enemistad en la historia del arte moderno y contemporáneo.

Figurativo y abstracto en versión Alcázar no constituyen cuerpos separados y arbitrariamente coincidentes entre las cuatro paredes de una sala. Por el contrario, hay una relación ideológica entre el bodegón y el tríptico que salta a la vista de quien busca con el deseo de encontrar. Los bodegones tradicionales normalmente llevan al espectador a completar mentalmente el espacio real del que se han seleccionado los objetos retratados: salones, muebles, ventanales, personajes comiendo y bebiendo, tópicos menos plásticos que literarios. En la pintura de Alcázar sin embargo, la remisión no va por el camino de la narración literaria, opta más bien por desplegarse en un ámbito ilimitado donde dominan la composición, lo sugerido, lo despegado de lo factual, lo inabarcable, el juego de las formas, el movimiento, la abstracción. Se trata de hablar pictóricamente de la existencia de un nivel de realidad reconocible a primera vista y al mismo tiempo, de su continuación en un plano menos abarcable, trascendente, abstraído de lo concreto.

Desde la perspectiva planteada, el vínculo entre lo figurativo y lo abstracto en la muestra de Alcázar se da en una relación de parte/todo: es la figura retórica de la metonimia en la que intercambian nombres los dos polos de la construcción. Lo realista transporta hacia lo imaginado y este a lo concreto. Convocar al todo por una de sus partes, llamar a las cosas por un nombre que corresponde al pensamiento que quiebra al sentido común pues apela a una compleja elaboración cultural, tan alejada de lo simple hiperrealista como del facilismo de lo incomprensible.

Alcázar al hacer coexistir lo imposible en un mismo lugar pone en evidencia la doble dimensión de lo típico en arte: lo aparente, denotativo y de fácil digestión, y lo latente, la relación connotativa entre la parte y el todo, entre el objeto patente y su arquitectura interior.

Lugar: Monumental Callao (Casa Fugaz).

Dirección: Constitución 250, Callao.

Fechas: Hasta el 2 de noviembre.

Entrada: Libre.