Entre el arte plástico y la ingesta de psicoactivos, exactamente en esa intersección, hay un tesoro escondido. “Mi propio cuerpo era como el cuerpo en la pintura hasta que se volvió translúcido. Me convertí en el sujeto de la pintura. Yo era este espíritu cuadricular de luz. Habían de estas joyas giratorias con formas desde donde yo podía ver su geometría cambiando alrededor mío”, dijo sobre su experiencia con ayahuasca Alex Grey, gran artista psicodélico y visionario. “El espíritu parece remontarse y abandonar la choza, y con la velocidad del pensamiento viajar por donde lo desee en el tiempo y en el espacio”, afirmó María Sabina, la gran chamana de los hongos.

Relación fascinante desde épocas inmemoriales, completamente enraizada en la búsqueda humana de experiencias alteradas de conciencia, el matrimonio pintura-psicoactivos genera la apertura de portales hacia dimensiones espirituales e influye directamente en la iconografía y la estética de una corriente artística que, felizmente, ya tiene carta de ciudadanía: hace ya algunas décadas que muchos artistas contemporáneos han abrazado abiertamente la experimentación con sustancias como una forma de explorar nuevos límites creativos y desafiar las convenciones.

El Perú, territorio fértil para el crecimiento de la raíz de ayahuasca, encontró en Pablo Amaringo al visionario y pionero en presentar al mundo entero su obra, un collage de entidades mitológicas con características zoomorfas, ofídicas y ornitomorfas habitando atmósferas atemporales. Epígonos suyos, como Casilda Pinchi o Juan Carlos Taminchi, comparten la misma espiritualidad con artistas limeños como Harry Chávez, que trabaja con materia prima ancestral —cuentas y chaquiras— o Mariana Tschudi, cuya propuesta de vídeo-arte “A veces me dan ganas de nacionalizarme culebra” es totalmente orgánica y dependiente de la actividad cerebral del espectador.

-Pasajero del tiempo-

La propuesta del artista Guillermo de Orbegoso (Lima, 1977), más bien, reviste otra complejidad al establecer una relación dual con los enteógenos. Por un lado, busca una reconexión con los rituales ancestrales en torno a lo sagrado y, al mismo tiempo, establecer un viaje interior mediante estados modificados de conciencia como herramientas de introspección y revelación creativa. Además, su exploración sobre psicoactivos, especialmente hongos y ayahuasca, no solo expande su horizonte creativo: estudia los efectos de estas sustancias en la mente y la creatividad, así como su impacto neurológico y psicológico.

Formado desde niño en el cultivo y recolección de restos arqueológicos precolombinos —su padre fue un infatigable explorador de huacas y antiguos asentamientos—, De Orbegoso fue cargando su universo con esas influencias: la rúbrica ancestral de los antiguos peruanos sobre telares y ceramios, con especial fijación en el arte del intermedio tardío de los tejedores y alfareros de la cultura Chancay, terminó por influir decisivamente en el joven artista barranquino, abierto a las prácticas y experiencias visionarias generadas por el descentramiento de la operatividad racional del yo.

Así, el trazado de sus primeras obras estaría gobernada por espacios concomitantes al cómic, la pintura rupestre y probablemente el art brut. Con el tiempo, fue alimentando su universo con una la estructura que entiende la complejidad de los deseos inconscientes y las dinámicas simbólicas que subyacen en la mente, además de ese poema en movimiento donde cada hexagrama es una instantánea de la armonía cósmica que refleja la dualidad y la complementariedad, el yin y el yang danzando en el eterno abrazo del I Ching como pinceladas de tinta china en un pergamino antiguo. Todo esos lienzos y dibujos estarían preñados con variaciones psicodélicas profundamente enraizadas en la cultura ancestral peruana hasta configurar su perfil actual: De Orbegoso no solo es un pintor, es un psiconauta que, al tiempo de dibujar, explora las posibilidades del sistema medicinal amazónico.

-Energía condensada-

“Luego de una experiencia de aprendizaje con ayahuasca del 2004 al 2009, que se cierra de manera abrupta, desde el 2017 decido tomar hongos para abrir otra vez la olla de la experiencia psicodélica. Entonces me reencuentro con los mundos que hacía tiempo no visitaba… los más sublimes, pero también los más terribles. Si bien uno busca el bienestar, la paz interior y un sentido de comunión universal al tomar enteógenos, siempre está presente esa otra parte: lo monstruoso. En este segundo round decidí combatirlas jugando con ellas, creando representaciones pictóricas. Cualquiera puede dibujar una calavera o pintar un demonio, pero con los psicoactivos el diablo te engulle, te tiene maniatado, es terrible. Felizmente encontré en la plástica una nueva manera de gestionar aquellas imágenes mortíferas, demoniacas y obscenas. Lo mío es una persecución estética tras esas apariciones que me iban pidiendo transformarlas”.

Producto de esto son las 22 pinturas sobre papel que componen su nueva muestra “Los cielos de abajo”, una serie de representaciones visuales con las que el artista conjura el periodo más oscuro de su existencia. “Esas imágenes perversas, diabólicas y de muerte que aparecieron dentro de mí pertenecen a la parte más indómita de la naturaleza humana. No son reductibles por la cultura, ni siquiera por el lenguaje. Por mi parte, no favorezco tanto la técnica como cierta sensibilidad frente a la imagen. Se trata de conjurar estas entidades, plasmarlas aprender a dialogar y pacificarnos en el proceso. No resultaron más terroríficas de lo que viví, pero de esta manera también estoy quebrando estas leyes, el bien y el mal. Fue duro transgredir estas reglas”.

Reconociendo “cierta tosquedad en la gestión de la materia, el arte de Guillermo de Orbegoso también transita en torno a sus influencias plásticas —Anton Heyboer, Joseph Beuys, Andy Goldsworthy— y de otra índole: la poesía de Watanabe, el viento del desierto, las lenguas olvidadas, los tambores inmemoriales y los ritmos de la costa peruana, como el tondero y las marineras, de las que es conspicuo cultor y ejecutante. Sin olvidar, claro, los ícaros amazónicos, esa danza etérea de la selva que pinta cielos invisibles y coreografía la luz. Esa luz que alza vuelo cuando el chamán canta.

Así, inmediatamente después de haberse mostrado como el delicadísimo dibujante que también es (“Postales psicodélicas Lomas de Lima MMXXII - Aparador Vílchez/ Aldo Chaparro estudio, Chorrillos, julio de 2022) y de presentar una muestra no menos perturbadora en Brooklyn (Heavens Below – ESP NYC, octubre de 2022), De Orbegoso reaparece con esta muestra tributaria del chamanismo, esa técnica arcaica del éxtasis que pendula entre el dominio del fuego y el vuelo mágico, en un trance fagocitado por ascensiones celestes y descensos infernales. La marca de fábrica aquí es que todo fluye a través de la danza, las plantas sagradas, el canto, la meditación y la abstracción. En suma, el éxtasis como vehículo directo hacia la belleza.

Lugar: Casa Bresciani.

Dirección: Bresciani 151 - Barranco

Fechas: del 12 al 30 de diciembre

Horario: martes a domingo de 10 de la mañana a 1 y de 3 a 6.

Visitas guiadas: 15 y 22 de diciembre.

Entrada: libre