No se trata simplemente de un arte visualmente bello: es un sistema de transmisión de conocimiento que, con simbología ritual y emocional, establece una relación directa entre el ser humano y el cosmos. En su complejidad, trasciende las fronteras de la estética convencional, penetrando en el reino de lo místico, lo espiritual y lo trascendental. Un arte que, al igual que el de los pueblos indígenas amazónicos y africanos, es inseparable de la tierra que habitan y en sus formas y colores se refleja una cosmovisión que conecta el mundo físico con el invisible.
Durante dos meses, la obra de Chávez se abrió como un canto ancestral donde los gestos del artista, al igual que los bordados shipibo-konibo, no solo remitieron a la memoria de las culturas originarias sino que reclamaron su presencia en el presente. Es en el caos de su proceso creativo donde se germinó la creación como un orden emergente de la disonancia.
A través de la estructura fractal y el uso innovador de píxeles y CDs reciclados, Chávez dibuja, descompone y recompone la realidad en nuevas formas, en nuevas geometrías de significado. La aleatoriedad se convierte en una fuente de libertad expresiva, tal y como lo sostenía Maurice Merleau-Ponty en su fenomenología de la percepción: el caos no es vacío, sino un campo fértil para la creación. Es desde esta dialéctica del caos como génesis que Chávez propone una nueva gramática visual, en la que el píxel se convierte en la unidad mínima del significado, un signo que, como un espejo fractal, puede ser descompuesto para revelar la multiplicidad de los sentidos.
La obra de Chávez, como una suerte de tejido óptico, se enraiza en el legado de la geometría textil andina, pero también lo trasciende. Con la incorporación de gemas, cuentas y elementos naturales, el artista reinterpreta la cosmovisión andina y amazónica transformando la tradición en una vanguardia estética que dialoga con los lenguajes de la abstracción geométrica contemporánea. Una integración no como ejercicio decorativo, es una profunda reflexión sobre la identidad cultural y la manera en que los símbolos, cargados de significados cósmicos y espirituales, se inscriben en la superficie del lienzo, ofreciendo un acceso a los misterios del universo. El uso del color, lejos de ser meramente ornamental, es un vehículo simbólico que transporta al espectador a través de la dualidad humana: vida y muerte, amor y dolor, en una sinfonía cromática que no es solo visual, sino profundamente emocional.
En este proceso, Chávez explora no solo la superficie, sino las capas más profundas de la realidad. Con un lenguaje que trasciende el tiempo y el espacio --estableciendo un puente visual entre pasado, presente y futuro-- el artista se convierte en un visionario que dialoga con las tradiciones prehispánicas, con los mitos ancestrales y con las nuevas realidades del Perú contemporáneo. La obra de Chávez, en su constante flujo de símbolos, interroga y propone una vía de resistencia cultural frente al olvido, un ejercicio de afirmación identitaria que rechaza la homogeneización global.
Al igual que los visionarios de las culturas amazónicas, cuya pintura recoge las visiones obtenidas durante las ceremonias con enteógenos, Chávez construye un arte que se ve y se experimenta. Es un arte que conecta al espectador con un conocimiento ancestral, con una sabiduría que atraviesa las barreras de lo temporal y lo físico. Y que se ofrece como un vehículo para el despertar de la conciencia. Así, su obra, como la de los artistas chamánicos o los visionarios contemporáneos, se convierte en un acto de comunicación con lo divino, un ritual visual donde la luz y la sombra, la geometría y el color, se funden para revelarnos lo oculto.
En la propuesta estética y política de Chávez, el arte es una forma de expresión individual, un acto de resistencia cultural y espiritual. Así, se convierte en un canal entre el cosmos y la humanidad tejiendo una narrativa que se ancla en la memoria de su pueblo y se proyecta hacia un futuro en el que la cultura peruana, y más ampliamente la herencia indígena, se reinventa, se afirma y resiste al olvido. En este arte, el tiempo se detiene y se abre a un campo infinito de posibilidades, donde la belleza es un vehículo para la revelación espiritual, el conocimiento profundo y la comunión con la tierra.