En realidad, la historia de El tropiezo del sol comienza con algo más que una fractura. Un terremoto en Guyarat, India, sacude no solo la tierra, sino también la vida de su protagonista, Milla, una mujer cuya existencia se ve devastada en un solo instante. En cuestión de segundos, su hogar se derrumba y sus hijos mueren atrapados bajo los escombros de la escuela. La narración abre con esta imagen brutal, un primer “sismo” que marcará el tono de la novela y que será el epicentro de una errancia que llevará a Milla por distintos continentes en busca de una razón para seguir viviendo.

Este es el ese punto de quiebre para que la novela se transforme en un peregrinaje a través de geografías y estados emocionales. Primero, el duelo. Milla deambula entre los escombros, sujeta a los rituales funerarios de su cultura, sin saber aún que la verdadera transformación está por venir. El polvo del desastre la acompaña como una segunda piel, un símbolo del trauma que nunca se desprenderá del todo.


Del polvo a la frontera

El primer gran detonante narrativo, después del terremoto, es su decisión de abandonar India. Aquí Cunliffe introduce el segundo gran punto sísmico de la trama: la migración como ruptura con lo conocido. Bombay se convierte en el primer melting pot de la novela, donde Milla enfrenta el desarraigo y la violencia de las grandes ciudades.

Es también donde se aferra a la única conexión que le queda con su pasado: su hermano Ram, un documentalista que partió tiempo atrás con la promesa de forjar un nuevo destino. A través de su cámara, Ram había registrado fragmentos de la vida de su familia antes del desastre y estas imágenes se vuelven para Milla un refugio y una obsesión.

La segunda fase del viaje es el cruce de América Central, donde Cunliffe introduce nuevas líneas de tensión. Nicaragua, Guatemala y México no son solo escenarios de tránsito, son territorios marcados por sus propias fracturas: dictaduras, revoluciones fallidas, violencia estructural. Aquí la novela muestra su carácter global, enlazando el duelo personal con las tragedias colectivas. La autora logra un equilibrio notable entre lo íntimo y lo histórico, una de sus grandes virtudes narrativas.

La ruta migratoria es un punto de inflexión en la trama: el contacto con los coyotes, el tráfico de personas, la incertidumbre y el miedo constante. Las escenas en el tráiler de migrantes son particularmente impactantes, con descripciones de cuerpos hacinados, sofocados por el calor y el polvo, en un limbo de anonimato y desesperación.

Este pasaje recuerda las grandes novelas de migración contemporánea, como American Dirt de Jeanine Cummins o Los niños perdidos de Valeria Luiselli, pero con una voz propia que se distingue por su lirismo seco, contenido, sin concesiones al sentimentalismo.

Un éxodo que no cesa

Cuando Milla cruza a México, la estructura de la novela introduce algunas variables. Ya no es solo la mujer que huye de su tragedia, es una testigo de las múltiples violencias que atraviesan las fronteras. Aquí la narración adquiere un ritmo más tenso, casi cinematográfico. Sonia Cunliffe maneja con pericia los cambios de velocidad: la calma aparente en algunas escenas se quiebra con explosiones de acción o con revelaciones inesperadas que alteran por completo el rumbo de la historia.

El último gran “sismo” narrativo ocurre en Estados Unidos. Milla, tras un viaje que la ha despojado de todo, llega al país de las promesas con la certeza de que no hay tierra firme bajo sus pies. La migración no es un destino, sino un estado perpetuo de inestabilidad. Entonces el conjunto alcanza su mayor profundidad humanística: ¿qué significa reconstruirse cuando no queda nada? La respuesta que Cunliffe sugiere es compleja, ambigua y, sobre todo, profundamente humana.

Sonia Cunliffe ha logrado con El tropiezo del sol una novela excepcional dentro de la literatura del desarraigo y la migración. Por su capacidad para enhebrar una trama tan vasta y mantener la tensión de principio a fin, como por la estructura misma de la novela, con sus saltos en el tiempo y en el espacio. Todo lo cual refuerza la sensación de caos y pérdida de la protagonista y otorga a la obra de una invaluable riqueza formal.

Pero más allá de su impecable arquitectura narrativa, es en la prosa donde Cunliffe deja su huella indeleble. Con un estilo que oscila entre lo poético y lo descarnado, la autora nos sumerge en la piel de su protagonista y nos obliga a experimentar cada una de sus pérdidas, cada uno de sus silencios.

No hay concesiones: El tropiezo del sol es un libro que duele, que sacude y que, al final, deja en el lector la certeza de haber atravesado, junto a Milla, un viaje tan devastador como imprescindible.