Ella no recuerda un momento en que las piedras no la hayan fascinado. Desde niña, sus paseos por La Punta eran rituales en los que los cantos rodados se convertían en vestigios de un orden natural ajeno a las imposiciones del diseño humano. Sin embargo, su formación como diseñadora gráfica le inculcó el rigor de la línea y la proporción exacta. Y en ese intersticio, entre lo espontáneo y lo metódico, su pintura encontró un lenguaje propio.
Y ahora, desde su taller en Las Condes, Camila Rodrigo (Lima, 1983) traza un puente entre la geometría de su infancia y la fluidez de su imaginación. La rigidez de las formas geométricas en su obra no es un mero ejercicio de composición: es la encarnación de un conflicto interno entre el orden impuesto y el deseo de libertad. Así, su nueva individual La forma resignificada es toda una indagación plástica, un acto de rebeldía contra las estructuras que rigen la vida moderna.

-Formas en fuga-
El proceso pictórico que ha elegido Rodrigo es una coreografía entre el azar y el control. Los pigmentos, vertidos con el desorden medido de quien sabe que no puede someter completamente la materia, se despliegan en superficies acuosas, formando mapas imprevistos que dictan el destino de la composición. En este juego de resignificación, el tiempo es un agente activo: el secado modifica el color, la textura y el peso visual, obligándola a ceder ante la voluntad del material.
"Es un proceso de adaptación", confiesa. "El agua corre, se abre, los pigmentos se separan, y aunque yo supervise, el resultado nunca es completamente predecible". Si la geometría en su obra representa las estructuras sofocantes de la sociedad, el fondo fluido que las sostiene es la resistencia, la posibilidad de otra forma de existencia. "Las figuras geométricas que pinto son como las exigencias del mundo moderno: rigidez, prisa, productividad. Pero debajo de ellas, el fondo es libre, y allí es donde me reconozco". En sus últimos trabajos, la artista ha comenzado a cortar, reflejar y sugerir estas formas en un intento por reconciliarse con ellas, explorando una relación menos antagónica con la estructura.

-Memoria y ausencia-
Walter Benjamin hablaba del aura como aquello que se desvanece en la era de la reproducción técnica. Rodrigo Aramburú ve en la pintura un acto de resistencia ante la saturación digital: "Pintar es reivindicar el tiempo y el proceso. Lo digital nos ha acostumbrado a la inmediatez, a desear el resultado sin recorrer el camino. Pero la pintura es otra cosa: es una negociación entre el azar y la voluntad, una pausa necesaria en un mundo que olvida la importancia de la espera".

Su obra también es un juego entre la memoria y la ausencia. Para ella, Lima es un archivo de recuerdos que resurgen con cada trazo. "Vivo en Chile desde hace diez años y la distancia ha hecho que Lima se convierta en una fuente inagotable de nostalgia e inspiración". Su regreso a la ciudad para presentar esta individual es más que una simple geografía del retorno: es un encuentro con el eco de su propia infancia, con las playas que moldearon su sensibilidad y con la certeza de que el pasado nunca se abandona del todo.

Así, entre pigmentos disueltos y formas suspendidas, la artista nos invita a contemplar el delicado equilibrio entre el orden y el caos, entre la carga y la liberación, entre la geometría del mundo y la fluidez de su inagotable imaginación.
Lugar: La Galería
Inauguración: miércoles 9 de abril, 7.00 p.m.
Hasta: 10 de mayo.
Dirección: Conde de la Monclova 255 - San Isidro.
Horario: De lunes a viernes de 11 a 7 p.m. y sábados de 3 a 7 p.m.