Aquí la figuración se presenta como un artificio. No es la imagen lo que importa, es el acto de su descomposición, esa conciencia adorniana de que el arte, tras Auschwitz y la era de la publicidad, no puede ser inocente. Así, cada figura en sus acuarelas es un palimpsesto irónico. Un cuerpo que transporta las huellas de su propia falsificación.

De esa manera, el color funciona como un oxímoron visual, saturando y negando al mismo tiempo la promesa de placer estético. La risa, recurrente en sus personajes, antes que júbilo es grieta. Esa hibridez le permite operar desde lo posmoderno sin someterse a su banalidad, transformando la cita en detonador crítico.

Nacido en 1937 en La Boca, un enclave proletario que prefiguraba su recomposición del mundo como teatro desplazado, Sergio Camporeale empezó con tinta y la tipografía en imprenta en un vientre mecánico donde el signo y el ruido imprimían las huellas que germinarían en su obra. Egresado en 1961 de la Escuela Prilidiano Pueyrredón, afirmó temprano que no buscaba escuela sino fisura.

En los convulsos años setenta fundó —con Delia Cugat, Pablo Obelar y Daniel Zelaya— el Grupo Grabas, una red rizomática de grabado pensado como extensión social, subversión seriada y desvío del circuito institucional. Desde allí irrumpió en muestras como Gráficos argentinos ’74 en Chicago, con grabados collage que anunciaban su estética fragmentaria.

El exilio voluntario en París desde 1976 le regaló silencio y muros. Y por dos décadas presentó series, como Retratos de Familia, con rigor emocional y frialdad discursiva. Su poética visual podría inscribirse en lo que Deleuze denomina “pliegue”: un gesto que repliega el sentido hacia adentro impidiendo su clausura interpretativa.

Así, la obra camporealiana se atraviesa como un campo semiótico en colapso, donde el espectador se enfrenta al vértigo de no encontrar un punto fijo. Camporeale es, en última instancia, un cartógrafo del exceso visual contemporáneo. Tensiona. Y en esa tensión, en ese espacio donde la forma se resiste a ser definitiva, el artista revela la paradoja de nuestro tiempo: la imposibilidad de mirar sin estar ya habitados por la imagen.

Muestra: Sergio Camporeale y Toto Fernández Ampuero: Dos miradas convergentes.

Lugar: La Galería.

Dirección: Conde de la Monclova 255, San Isidro.

Fechas: del 13 de agosto al 6 de setiembre.

Entrada: Libre.