i: Metabolismo ecológico:

La modernidad técnica —presas, represas, minería, puentes, redes hidráulicas— es un leitmotiv relativamente recurrente en determinados artistas que buscan desentrañar el mito del progreso. Pienso en fotógrafos, cineastas o documentalistas que muestran la ingeniería, la minería, los paisajes industriales y los desechos ambientales tanto en su dimensión sublime como en su carga política. Es decir, como logro y testimonio de desigualdades, contaminación o desplazamiento.

A escala global, la obra fotográfica del canadiense Edward Burtynsky registra canteras, relaves, extracciones gigantescas. Orientadas hacia una industrialización de paisajes que puede leerse como abstracciones geológicas, son imágenes de devastación y belleza simultáneamente que funcionan como promesa estética fracturada. Mining Photography: The Ecological Footprint of Image Production (Kunst Haus Wien, Museum Hundertwasser, Hamburgo) es una exposición que examina material desecho ligado al extractivismo y huellas ambientales. La fotografía como infraestructura cargada de historia, política y metabolismo ecológico.

Otra celebrada muestra es Landscapes of Extraction: The Art of Mining in the American West (Phoenix Art Museum). Reúne pinturas, fotografías y una serie de obras contemporáneas que muestran minas, comunidades mineras, abandono y contaminación, además del impacto social y climático de aquellas excavaciones. Son imágenes que provienen de prácticas artísticas explícitas y terminan confrontando el paisaje industrial, la ruina social y las huellas materiales del así llamado progreso.

ii: Arqueología invertida:

ieo (individuo en organización) — capítulo II, instalación de Carlos León-Xjiménez (Lima, 1970), rehace la escena del progreso como maquinaria de imágenes. No son meras pruebas documentales, son artefactos fantasmales que han atravesado el tiempo en forma de diapositivas encontradas, un “archivo sin autor” que funcionará como arqueología invertida: no excavan un pasado para exaltar sus coordenadas, socavan el deseo mismo del progreso —su promesa y su huella tóxica— y nos obligan a leer los residuos del desarrollismo como textos ambivalentes, a la vez superficie estética y registro de violencia material.

Aquí, la operación curatorial de León-Xjiménez es doble: por un lado consagra la cuadrícula, el orden documental, el repertorio tipológico —relaves, textos, ríos— y, por otro, introduce una serie de fisuras como la flecha de diapositivas “rebobinadas”, la chacana central, los soportes ajados. Todo lo cual desestabiliza la confianza en la narración lineal del avance. Eso genera una doble tracción entre orden y desgaste, que remite tanto a la crítica de la modernidad como a la reflexión posmoderna sobre la crisis de los grandes relatos. Ya se sabe: la incredulidad hacia las metanarrativas no es una abstracción académica, es un efecto sensible cuando el progreso se presenta en estado de corrosión.

Ocurre que León-Xjiménez trabaja, con la precisión de un etnógrafo y la astucia del artista, la fisicidad del testimonio. Hace que las diapositivas —de sepia y polvo—sean algo más que accidentes formales. Devienen en agentes semánticos que operan como una “obra de lectura”, fragmentos performativos que demandan interpretación. Así, el gesto jugará en pared con la crítica de Marshall Berman en esa modernidad como experiencia que “todo lo sólido se disuelve” y, sin embargo, deja rastros con los que la memoria colectiva debe negociar. Las imágenes del ingeniero anónimo evidencian esa dialéctica: son vestigios de una promesa que se volatilizó y que, como Berman diría, produjo tanto construcción como ruina.

iii: Doble alterno

Sin embargo, León Xjiménez cocina algo más que la recuperación de una genealogía teórica: ieo despliega la materialidad del extractivismo como un problema estético y ético. Las lagunas de relave que destilan plateado —casi espejos— plantean una paradoja formal porque su belleza cromática es al mismo tiempo síntoma de envenenamiento. Aquí la obra demuestra un refinado sentido de lo que Fredric Jameson llamó la lógica cultural del capitalismo tardío: la imagen mercantiliza su propio desastre, produce un consumo estético del pasivo ambiental que oculta las asimetrías sociales y las vidas sacrificadas en nombre del progreso. La exhibición, entonces, lejos de dramatizar un pasado acabado, lo pone en diálogo con las condiciones políticas y económicas actuales que reproducen formas parecidas de violencia.

En el terreno de la historia local, la muestra dialoga con una tradición crítica peruana que ha oscilado entre la denuncia ética y la exploración formal. La figura del crítico como mediador —desde Juan Acha hasta los curadores contemporáneos, que han rearticulado la memoria visual peruana— provee un horizonte para leer ieo como estética de la ruina, sí, pero también como intervención política en el archivo. Si Acha, por ejemplo, insistió en la necesidad de pensar el arte desde las condiciones sociales de América Latina, León-Xjiménez actúa en esa continuidad. Su montaje recupera imágenes y las interpreta como evidencias de sujetos múltiples —obreros, técnicos, comunidades— cuyo lugar en la narrativa del desarrollo ha sido negado o instrumentalizado.

La poética expositiva —la chacana, la flecha que conduce hacia la izquierda, los vídeos que organizan relaves, textos y ríos— funciona como pensamiento visual. Otra vez lejos del ornamento, cada pieza es una proposición teórica sobre el tiempo, la técnica y la responsabilidad. El “ingeniero anónimo” es, en esta lectura, un doble alterno: representante del sujeto técnico —esa figura moderna que acredita el proyecto de la Nación-Técnica— y, simultáneamente, síntoma de un anonimato colectivo, de un sacrificio operativo sin archivo biográfico que evidencie la deuda social. León-Xjiménez convierte así al individuo en un índice de organización y de destierro, pieza necesaria al tiempo que borrada.

iv: Resplandor del relave:

Finalmente, ieo propone una ética del ver: ver para interrogar. Para contemplar y desobedecer el relato cómodo del progreso. La belleza tóxica de las imágenes es una estrategia dialéctica donde la forma obliga al espectador a reconocer la evidencia estética y a preguntarse por sus consecuencias políticas. En esa fractura reside la potencia de una obra que nos empuja a traducir la nostalgia —esa melancolía por paisajes ya alterados— en una crítica activa que no se contente con la contemplación, que reclame memoria, reparación y un replanteamiento radical de las formas legítimas del desarrollo.

Si el desarrollismo alguna vez prometió ser una máquina de futuros, con esta instalación en Socorro Polivalente ieo demuestra que también fue un dispositivo de borrado. La obra de León-Xjiménez somete esta promesa al escrutinio público. La interroga, la desarma y, en el acto de exponer sus restos, obliga a repensar qué y para quiénes valió la pena construir. Y he aquí esa coincidencia, la belleza del reflejo con la toxicidad de la materia: el resplandor de los relaves.

Lugar: Socorro Polivalente

Dirección: Jr. Santa Rosa 348, Barranco.

Fecha: 23 y 30 de octubre.

Ingreso: Libre.